Capítulo 9

MI DOBLE

¿Cómo era posible que yo estuviera allí y aquí al mismo tiempo? ¡No lo entendía! Me sentí muy confundido. Sorprendido, mi corazón latía con fuerza pareciendo que se me iba a salir del pecho. Creo que fui a decir algo cuando Mohamed me hizo una señal para que no abriera la boca.

-    Chisssssssss. No hables – me susurró.

Seguí observando. Mi doble, de repente, empezó a dar gritos de alegría, y bajando los últimos peldaños se dirigió hacia el tesoro. Parecía ignorar que hubiera alguien más allí observándolo; entonces soltó su lámpara que lucía con una luz densa y apagada, y empezó a tocar objetos, a sobarlos y a meterse otros en los bolsillos como un loco, mientras parecía desternillante de la risa. Hasta se tiró al suelo y empezó a revolcarse sobre las monedas echándoselas por encima.

- ¡Soy rico!, ¡Soy rico! – Gritaba, o ¿quizás debería decir “grité”?

Mohamed seguía observando y yo seguía más confundido que nunca. Entonces Mohamed me dijo:

- Toma la lámpara de la conciencia y sal afuera.

No me atreví a tomarla; tenía miedo no sé de qué. Estaba muy confundido, pero bueno, allí estaba acompañado de un fantasma que era mi mejor amigo, en una gruta oscura. ¿Por qué me daba miedo mi doble?

- Vamos, coge la lámpara y sal afuera, que te vea tu otro yo – Dijo Mohamed.

¿Mi “otro yo”? Dubitativo, tanteé la oscuridad hasta coger la lámpara. Inmediatamente ésta se iluminó y me levanté despacio y temeroso mirando directamente a esa otra persona tan parecida a mí, quien de pronto advirtió mi presencia, giró la cabeza y me miró frontalmente. ¡Parecía tan sorprendido como yo! Se produjo un extraño encuentro de miradas. Los dos nos quedamos mirándonos fijamente con una sensación extraña; ¡tan extraña como que Yo también era mi doble y podía verme desde ambos sitios! Los dos parecíamos estar igual de sorprendidos cuando de pronto, mi doble, tan rápido como apareció haciendo presencia desde el fondo de la gruta, se empezó a desvanecer en la nada, a hacerse invisible poco a poco mientras se apagaba su luz. Entonces sentí que algo se moría dentro de mí, pero sentí también que algo crecía, y noté que la luz de mi lámpara tornó ligeramente más brillante, un poco más fuerte. No terminaba de entenderlo.


* * *


Demasiadas emociones juntas en un mismo día. Afuera de nuevo, Mohamed y yo nos dirigimos al coche; íbamos en silencio, yo tratando de asimilar todo lo que me había pasado en la última hora, la cual había sido el tiempo más extraordinario y extraño de toda mi vida. Mohamed parecía estar comprendiendo lo que me pasaba y estaba seguro de conocer su significado, pero no quería explicarme nada, al menos de momento. Esperaba que yo tratara de digerir todo aquello por mí mismo.

Paramos en el pueblo más cercano y entramos en un bar. Me senté en una mesa junto a la pared, y pedí un té a un chaval joven, de veintitantos años, vestido con camisa blanca y pantalón oscuro. Hubiera pedido otro para Mohamed, un te “moruno”, pero era difícil hacer comprender al camarero que había otra persona a mi lado. Al fin y al cabo Mohamed podía pasar sin tomar té ni alimento alguno.

- Debieras de alegrarte - Por fin Mohamed rompió el silencio.

- ¿Por qué? – Pregunté.

El camarero se me quedó mirando como si mi conversación fuera con él. Le hice un gesto con la cabeza haciéndole saber que no hablaba con él. Había también dos viejitos tres mesas más allá, que dejaron de prestar atención a la televisión para inspeccionarme de arriba a abajo.

- Porque has conseguido algo que no muchas personas consiguen. - Continuó diciendo Mohamed.

- ¿Qué he conseguido? ¿Ver el tesoro? - Volví a preguntar.

El camarero me volvió a mirar y yo le volví a repetir el gesto anterior. Los viejitos estaban muy atentos de mi auto conversación.

- No, no es eso – respondió Mohamed - Me refiero a que te has quitado una sombra de encima, uno de tus fantasmas.

-    ¿De mis fantasmas? ¿Cuál de ellos?

Esta vez ignoré al camarero que empezó a mirarme como si estuviera loco, pues no podía ver a Mohamed. Se puso el dedo índice en la sien y giró la mano sobre su antebrazo para indicarle a los viejitos que me faltaba un tornillo.

- Verás, todos arrastramos fantasmas o caracteres de nuestra personalidad que nos condicionan a actuar de cierta manera. Proceden de alguna experiencia del pasado o creencia que, cuando aceptamos, pasan a formar parte de nosotros mismos. Te hablo de lo mismo que cuando me refería a nuestras cicatrices energéticas, pero a mayor escala, rodeando todo nuestro cuerpo. Todos nosotros llevamos varias o muchas de estas sombras superpuestas durante nuestra vida, y en conjunto forman nuestra personalidad, nuestro carácter. Esas sombras son las que ocultan nuestro verdadero yo. Yo también estoy sorprendido de lo ocurrido, tan sorprendido que no esperaba que nadie pudiera irrumpir así de esa manera dentro de la cueva. ¿No te diste cuenta que corrí a esconderme contigo? Se supone que nadie me puede ver, excepto tú, pero mi impulso por esconderme fue instintivo porque sentí que, fuese quien fuese, éste podía verme; y así hubiera sido de no ocultarme. Pero al poco de ver allí a tu otro yo, lo entendí todo enseguida. Por eso te animé a salir del escondite.

- ¿Por qué? – pregunté.

- Porque uno no puede existir en dos sitios a la vez, al menos por mucho tiempo. Alguno se tenía que desintegrar.

- … y fue mi otro yo. ¡Caramba, pude haber sido yo! – dije poniendo mi mano sobre mi pecho. - Mi verdadero yo quiero decir. ¡Vaya lío! ¿Cómo me dejaste salir?

- Era un riesgo que, al encontraros los dos, uno tuviera que desaparecer o que volvierais a juntaros en uno sólo, pero ocurrió lo primero, que se desintegró tu fantasma en presencia tuya portando la lámpara de la conciencia. Verás, la conciencia disuelve muchas sombras allá donde brilla. Estos fantasmas solemos portarlos inconscientemente. Yo confié que prevaleciera tu yo más puro, el más fuerte, y efectivamente, fuiste tú quien prevale-ciste, pues no podía ser de otra manera. ¿No te diste cuenta como cambió la intensidad de la luz en tu lámpara de la conciencia?

-    Sí, noté que se hizo más brillante.

- Cuando cogiste la lámpara en la entrada de la cueva, y mientras me mirabas ahí embobado contemplando mi mapa energético, pude apreciar el brillo de tu luz y tu mapa energético corporal; y estos eran mucho más puros que los de aquel otro tú;  por eso confié y te animé a que salieras a su encuentro, sospechando que no podía pasarte nada malo.

- Pues resultó bien; al menos me siento mejor conmigo mismo, más ligero. ¿Cómo pudo suceder algo así?, quiero decir, ¿cómo apareció mi otro yo de la nada?

- Creo que fue cuando entramos en la gruta; tu sombra debió quedar enganchada o rezagada al atravesar la frondosidad de la vida, no se exactamente cómo, pero por afinidad con ella seguramente, y luego nos terminó siguiendo, quiero decir, te siguió a ti, por eso llegó un poco más tarde al tesoro.

- Y actuó conforme a su naturaleza. Aquel “yo” se volvió loco cuando vio tanta riqueza junta, y se revolcaba sobre el tesoro de alegría. Yo mismo podía sentir por dentro mi incredulidad y mi sorpresa. Por momentos me veía a mi mismo viviendo en una casa impresionante, conduciendo coches de lujo, viajando en un yate rodeado de mujeres despampanantes…

- ¡Ag! No te equivoques. Deja las ilusiones y no te hagas daño a ti mismo con todas esas bobadas lujuriosas. ¿No te arrepentirás de lo ocurrido?

- No, no me arrepiento. Me conformo con lo que tengo y no lo digo con la boca chica del que lo dice con resignación. Tengo una familia maravillosa, una mujer y dos hijos muy especiales. Además, como alguien dijo, el secreto de la vida no es tener todo lo que quieres sino amar todo lo que tienes, y yo amo lo que tengo; ahora más.

De pronto, me sentí un poco apenado por lo que acaba de decir, porque recordé que Mohamed aún permanecía alejado de su familia, vagando todavía en la transición. Lo miré apesadumbrado, pero él me hizo un gesto y me guiñó queriéndome decir “No te preocupes, me alegro por ti”. Eso me alivió bastante. Me levanté de la mesa, me fui a la barra y pagué la cuenta. El camarero se sonrío y me dijo con sorna:

- ¡Que te vaya bien!

Luego dirigió una mirada de chanza a los dos viejitos que no se perdían detalle. Cuando salía atravesando la cortina que colgaba sobre la puerta de la calle escuché decir...

- ¡Falta le hace!

...de boca de uno de los viejitos, y luego esta otra frase nuevamente de boca del camarero:

- ¡Dios, cómo está las cabezas! Otro loco más suelto por el mundo. ¿Habéis visto como está ese?  

- Espera - dijo Mohamed, cuando ya estaba asomando a la calle - Vuélvete adentro.

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