Capítulo 10

LA MONEDA Y EL CAMARERO

- ¿Qué quieres que haga, Mohamed? ¿Qué le regañe al camarero por sus palabritas? Lo hizo sin querer queriendo.

El camarero, dentro de la barra, se quedó mudo ante mi indecisión bajo la puerta de salida.

-    No, has olvidado darle la propina - Dijo Mohamed.

- ¿Cómo? ¡Si sólo me he tomado un té! ¿Quieres que le dé una propina por servirme un té? Ahora sí que me va a tomar por “tarao”.

- Metete la mano en el bolsillo derecho y coge una moneda que puse ahí antes para ti.
Introduje la mano en el bolsillo, tal como me dijo Mohamed, y palpé una moneda cuya existencia desconocía. La saqué y me quedé sorprendido. ¡Era una moneda de oro antigua, de las del tesoro!

- Te la puse en el pantalón mientras estuvimos escondidos en la cueva - dijo Mohamed - Ahora quiero que dejes de mirarla como una moneda, como si fuera la propina que tienes que dar a tu “amigo” el camarero. Mírala sin pensar en nada, tal como hiciste allí dentro de la cueva cuando tocaste todos aquellos objetos.

Le hice caso a Mohamed y de pronto aquella moneda se convirtió en… ¡el camarero!, y le estaba sujetando por la oreja. La solté de la sorpresa y la moneda cayó al suelo. Me agaché para recogerla. Mientras, el “verdadero” camarero esperaba a mi espalda dentro del bar, expectante y algo temeroso de mi extraño comportamiento. Recogí la moneda nuevamente, esta vez pensando en la propina.

- Entra de nuevo en el bar y dirígete al camarero, y no olvides darle la moneda con toda tu amabilidad.

- ¡Pero ese tío se va a volver loco cuando le de esta moneda de oro! ¿Estás seguro que quieres que lo haga? No se lo merece y yo me quedaré sin ella. Es la única prueba que tengo del tesoro.

- Vamos - replicó Mohamed – Quiero que aprendas algo importante.

Me giré y entré de nuevo enfado dentro del bar con la moneda en mi mano derecha. Me detuve y miré fijamente al camarero. El camarero me miró a su vez con cara de intranquilidad, y dio un paso para atrás dentro de la barra, hasta chocar de espalda contra un estante lleno de botellas. Debió suponer que iba a abalanzarme sobre él y partirle la cara o algo así debido a sus comentarios. Los viejitos estaban mudos y a uno de ellos, con la boca abierta, ya se le empezaba a caer una baba. Me acerqué a la barra, levanté el puño derecho y de pronto, lo abrí.

- Toma, se me olvidó la propina. - Le dije con la palma de mi mano extendida y con mucha pena por mi parte al saber que perdía aquella maravillosa reliquia.

El camarero parpadeo y tragó saliva mientras giraba la cabeza para pasar el trago. Sonrió levemente. Luego se acercó con mucho cuidado y tomó apresuradamente la moneda.

-    ¡Ah! Gracias. Dijo.

Me giré de nuevo y salí a la calle rápidamente. Me detuve en uno de los laterales de la puerta, apostado contra la pared, mientras esperaba escuchar dentro alguna exclamación de alegría. De pronto, una risa estruendosa explotó en el aire y llenó todo el bar; era el camarero quien parecía desternillarse de la risa. Las personas actúan de maneras diferentes cuando les toca un premio; a unas les da por gritar, a otras por llorar, a otras por callarse  y guardarse el secreto… pero a éste le dio por troncharse de la risa. ¿Qué tiene de gracioso que te regalen una moneda de oro? Al poco escuché decir en voz alta y entre carcajadas:

- ¡ESE TONTO ME HA DADO DE PROPINA UNA CHAPA DE PEPSICOLA!

Y los viejos empezaron a reírse también al unísono. ¡Dios qué vergüenza más grande! ¿Cómo me había hecho Mohamed aquello? Pensé que no podría volver a asomar por allí el resto de mi vida, ¡ni aunque me invitaran a una boda! Pero bueno, al momento se me empezó a contagiar aquella risa estruendosa y yo mismo me sonreí. ¿Qué estaba pasando?

- Mohamed, por favor, explícame lo sucedido.

Mohamed me miraba con una gran sonrisa de oreja a oreja.

- Es fácil. El camarero al tomar su propia moneda se vio a sí mismo, y lo que vio fue una chapa de botella, no una moneda de oro. Ya te he dicho más de una vez que las personas vemos lo que proyectamos desde adentro, y todo es real. La mente es la que hace todo real.

Me quedé escuchándolo, no sin asombro.

- ¿Te acuerdas del legendario Rey Midas? – continuó – ¿el que recibió un don del dios Dionisos?

-    Sí, me acuerdo.

- Todo lo que tocaba lo convertía en oro; todo, incluso la comida se le convertía en ese metal. Nosotros todo lo que tocamos lo convertimos en lo que somos, en un proceso más lento, claro. Pero el que no te des cuenta del proceso, no significa que debas despistarte. Hay que tener cuidado no te vaya a pasar lo que a Midas; por exceso o por defecto, no conviertas todo en riqueza material, pero tampoco seas tan modesto que termines tu vida recogiendo latas y tapones de gaseosa.

- Pues ese camarero ha recibido “de su propia moneda”  - Repliqué, y ahora fui yo el que se echó a reír en una carcajada.

- Por otro lado – añadió Mohamed – No pretenderías que iniciara una nueva carrera del oro, como la de California. Si ese muchacho realmente llega a recibir una moneda de oro después de haberte escuchado hablar sandeces acerca de un tesoro, ya te puedes imaginar el revuelo que se hubiera levantado aquí en la Alpujarra. Se habría acabado la paz. La magia del tesoro escondido está en que no ha sido encontrado. No se sabe que existe, tan sólo se rumorea que pueda existir alguno, y eso ayuda a que la Alpujarra sea aún más mágica y encantadora.

Lo que me contaba Mohamed tenía mucha lógica. En verdad “el Tesoro del Barranco de En Medio” no debe salir nunca a la luz, porque entre otras cosas, dejaría de ser mágico, se volvería solamente dinero, un objeto de curiosidad y un negocio para atraer más turismo desbordado. Por eso te digo a ti que me estás leyendo, que aunque es verdad y existe, no existe. Ese tesoro no debe existir nada más que en tu imaginación. 

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