Capítulo 8

 El Tesoro del Barranco de Enmedio

Habían pasado seis meses desde que Mohamed me había mencionado por primera vez la existencia del tesoro, y otros cuatro al menos desde que habíamos hablado de él. De hecho, ya casi lo había olvidado por completo y ahora mi atención estaba puesta en otras motivaciones. Cuando supe que Mohamed no me enseñaría el tesoro hasta que realmente lo olvidase, quise que eso sucediese pronto. Tan en serio me lo tomé que lo borré adrede de mi mente evitando pensar en él bajo ninguna circunstancia,  pero lo que no esperaba es que eso ocurriera tan deprisa.
Un sábado subí a nuestra roca pensando en el motivo de mi próximo libro, el cual no quería basarlo todo en conversaciones metafísicas que aburriesen sobremanera a la gente. ¿Sobre qué podría escribir? Me senté pensativo en la roca. Mohamed apareció a mi lado y dijo:

- Hoy te voy a dar un motivo para escribir, pero lo que escribas debe parecer un cuento. ¿Estás de acuerdo?

-    Bueno, sí. ¿De qué se trata?

- ¡Del tesoro! Hoy por fin te enseñaré el tesoro. Te conduciré al Barranco de En Medio.

-    No. Ya no me interesa.

- Por eso mismo, ya no lo necesitas, y por eso te lo voy a enseñar. Además, quiero que escribas sobre él pero de forma que nadie te crea cuando te lea. Lo que escribas deberá parecer pura invención. Vámonos en tu coche.

Estaba sorprendido e indeciso. No sabía si levantarme. Dudé por unos instantes y de pronto dije - ¡Claro, el tesoro! – Me puse en pie de un salto y me monté en el coche. Cuando quise inclinarme para abrir la puerta delantera izquierda, Mohamed ya estaba allí dentro, sentado, ¡Atravesó la puerta! Era la primera vez que veía a Mohamed fuera de otro sitio que no fuera la roca, mientras me conducía por una carretera por la que he transitado multitud de veces y por donde pasa mucho tráfico. Creo que todo el mundo pasa por aquí cuando quiere internarse en la Alpujarra. Después de un rato, en una curva, Mohamed me dijo que aparcara sobre un anchurón en la cuneta.

- Hemos llegado - me dijo - Ya estamos en el Barranco de en Medio.

¡Quién lo iba imaginar! Había pasado por allí decenas de veces sin sospechar absolutamente nada. Bajamos del coche y subimos a pie sorteando piedras y plantas diversas durante unos veinte minutos, sin abandonar el lecho de un riachuelo que llevaba apenas un chorrillo de agua; y entonces Mohamed se detuvo delante de una pared de roca vertical donde crecía un espeso follaje perenne, y dijo:

- Esta es “la Frondosidad de la Vida”, un entramado pesado de ramas sin dirección definida que crece por todas partes. Cada una de esas ramas tiene nombre propio; son las obligaciones, prejuicios, ambiciones, deseos, apegos, temores, odios, etc. Todo el conjunto cierra la entrada a la gruta del tesoro. Sólo el que es suficientemente puro de corazón puede pasar a su través. Ven, acompáñame.

Mohamed me cogió de la mano y tiró de mí,   conduciéndome hacia la espesura de aquel gran matorral. Yo dudé por un momento.

- Espera – le dije - ¿Yo soy puro de corazón?

- Sí, lo suficiente. No dudes.

Mohamed me arrastró hacia aquel espeso follaje, el cual me dejó estupefacto al abrirse con la misma solemnidad conque se apartaron las aguas del Mar Rojo cuando Moisés huía de los egipcios. Ante mis ojos apareció lo que parecía la entrada a una cueva. Penetramos ascendiendo ligeramente dentro de aquella gruta oscura, y Mohamed alargó la mano sobre un hueco de la pared de donde tomó una lámpara, la que se encendió automáticamente mientras la espesura se cerraba a nuestra espalda. Entonces dijo:

- Esta que sostengo en mi mano es la “Lámpara de la Conciencia”; sólo la puede usar aquel que todavía puede ser una luz para sí mismo.

En manos de Mohamed, la llama era extraordina-riamente blanca y brillante. Le pregunté entonces si yo la podía sostener un momento, y sin mediar palabra me la pasó. La llama se tiñó inmediatamente con una suave tonalidad de color. También observé algo muy curioso, y es que, con la lámpara en mi mano pude ver a Mohamed diferente: estaba rodeado de una especie de halo luminoso que lo cercaba por completo, con una intensidad que se iba atenuando con la distancia a su cuerpo. En ese mismo halo y de manera tenue, me pareció apreciar zonas con diferentes matices de color. Me quedé fijamente observando y no se si dejé salir alguna exclamación de asombro. Mohamed dijo:

- El color de la llama en la lámpara es el color de tu conciencia. Pero la llama no sólo te revela el grado de evolución de tu conciencia; también te dice cual es el de las demás personas cuando sosteniéndola entre tus manos, las miras. ¿Recuerdas nuestra conversación hace unos meses acerca de los parches emocionales y las huellas energéticas en el cuerpo que nos dejan los acontecimientos de nuestra vida?

- Sí, claro que la recuerdo. Y yo ahora te estoy viendo y puedo comprobar que es verdad. Mohamed, ¡estoy viendo tu mapa energético corporal! ¿Qué significan los distintos colores?

- La energía más alta y pura brilla en color blanco-dorado, luego pasa a un suave violeta, luego azulado, luego verde esmeralda, le sigue el amarillo, el naranja, el rojo, y el café, y por un último el negro, que es la energía más baja y pesada.

Mientras observaba hipnotizado a Mohamed, pude ver que ninguno de los colores últimos mencionados por él formaban parte de su mapa energético, pero si pude comprobar que había sufrido, más que nada, del corazón. Me quedé pensativo y luego pensé en los colores más fuertes y oscuros. De pronto se me ocurrió otra pregunta.

- ¿Has mencionado el color negro? ¿Puede la llama de la lámpara arder en color negro?

- No es corriente pero sí, puede suceder. En realidad, el negro es ausencia total de energía. Esta llama, en lugar de expulsar luz, la atrae hacia sí y consume la luz de las otras personas que están alrededor suya. Es la llama de las personas sin conciencia. Cuando nacemos, la luz es siempre brillante, pero cambia de color con la edad y hasta el momento de nuestra muerte. Entonces tenemos que tomar la lámpara y conducirnos de vuelta con su luz por la senda de la verdad hasta el paraíso. Hay a quienes no les alcanza la luminosidad de su luz para volver por el camino y se pierden, como yo me perdí una vez.

- Esa historia no la había escuchado antes, pero sí la de Caronte[1] y algunas otras también mitológicas, como la de los guerreros vikingos a quienes se les quemaba ya muertos con una espada entre sus manos.

- Sí. El proceso de la muerte física es un proceso en el que tiene mucho que ver tus creencias culturales. Justo cuando mueres y en el paso a la otra vida, vives tu propio juicio final de acuerdo a tus convicciones más firmes y profundas. Por eso habrás escuchado hablar mil historias diferentes, todas proyecciones de los mismos afectados; aunque hay cosas que son mayoritariamente comunes, como es la presencia de una fuerte luz al final de un túnel, un túnel como éste que estamos a punto de atravesar.

Solté la lámpara mientras pensaba en lo que Mohamed me acababa de contar. La luz cambió ligeramente de brillo en manos de Mohamed. Luego echamos a andar lentamente durante treinta o cuarenta segundos adentrándonos por un pasadizo rocoso, rodeados de sombras, y de pronto, pareció abrirse ante nuestros ojos un enorme recinto de roca de al menos quince metros de diámetro y seis de altura ¡Allá abajo, al final de una escalinata de diez o doce peldaños, un centenar de diminutos reflejos parecían revelar lo que parecía el tesoro! Bajamos las escaleras y nos acercamos para quedar boquiabierto. Efectivamente, allí había un tesoro inmenso constituido por algunos viejos baúles de madera repletos de monedas de oro y muchas otras espurreadas por el suelo, todo tipo de joyas preciosas inimaginables, candelabros, vajillas, jarrones, reproducciones de animales, armas, armaduras y escudos de guerra hechos con metales e incrustaciones doradas, y otros muchos artilugios cuyo uso no acierto a adivinar todavía. Estaba completamente encandilado. Nunca había visto nada igual excepto en las películas, pero ahora era diferente, me sentía diferente, pues estaba rodeado de toda esta riqueza. Era una sensación increíble imposible de describir aquí.

- ¿Puedo tocar? le pregunté a Moheced dubitativamente con los ojos abiertos como platos.

-    Si, pero te advierto, no veas lo que estás tocando.

-    ¿Cómo dices?

- Que no veas lo que vayas a tocar. Piensa en otra cosa, o mejor aún, no pienses en nada. Cierra los ojos y solamente “siente”.

- Me acerqué caminando sobre las monedas que había tiradas en el suelo a uno de los baúles apiñados entre tantas cosas, cerré los ojos y alargué la mano hacia lo que parecía una diadema de esmeraldas que me había llamado especialmente la atención, y de repente, aquella diadema se convirtió en mi hija, en mi pequeña hija Daniela, de apenas dos años. La estaba tocando, la estaba viendo y me estaba sonriendo.

-    Papá - me dijo.

Solté inmediatamente la diadema y mi hija se desvaneció tan rápido como había aparecido. Volví a coger la diadema y allí estaba otra vez.

- Papá, Pepe – dijo otra vez.
- Ho…hola Daniela ¿Eres tú, verdad? – Esperé una respuesta sin que llegara. Volví a soltar la diadema. Por la hora que era, mi hija Daniela debiera de estar en Colombia, allá a nueve mil kilómetros de distancia de donde me encontraba en ese momento ¿Cómo podía estar viéndola?

Y entonces escuché la voz de Mohamed a mi espalda preguntarme: ¿Cambiarías a tu hija por una diadema como esa?

-    Claro que no – respondí.

- Tu no, pero hay mucha gente que sólo ve la diadema, que sólo ve monedas, joyas y otros objetos.

- Quiero tocar alguna otra cosa. ¿Puedo?

-    Adelante.

Me agaché por un diamante del tamaño de un huevo, y esta vez apareció mi madre.

-    Hola Pepe - me saludó.

Lo solté y volví a tomar el diamante como para verificar lo que me estaba pasando. Ahí estaba mi madre, tan real como la vida misma. Esta vez me dijo:

-    ¡Hay que ver como eres hijo! Nunca me cuentas ná.

- ¿Cómo te voy a contar? ¡No te lo iba a creer! – le respondí. Solté el diamante. Ahora quería probar con otros objetos. Me dejé llevar por la intuición y fueron apareciendo mi padre, mis hermanos, mis amigos, mi esposa Liliana y otros parientes. Finalmente me decidí a coger algunas de los objetos más corrientes. Tomé una moneda que no parecía decirme nada y se me apareció una persona anónima que no conocía, y luego con otra moneda, otra más, y luego otra.

- ¿Quienes son estas personas, Mohamed? No las conozco.

- Son individuos con los que te has cruzado alguna vez pero cuyo rostro no recuerdas; y hay otros que no has visto nunca pero que trabajan para tu bien, como el panadero que ha elaborado el pan que has comido, o el empleado de la fábrica donde tejen la ropa que te pones. Hay otras personas que todavía no han llegado a tu vida, pero llegarán en algún momento de alguna manera. Aquí, en este inmenso tesoro podrás encontrar todas las personas de tu vida. Ellas son tu otro tesoro.

- ¿Mi otro tesoro?

- Si. Tienes dos tesoros; uno está dentro de ti, y el otro está afuera. Cuando encuentres tu tesoro interior apreciarás tu tesoro exterior, pues tu tesoro exterior es una prolongación del interior. No llegarás a apreciar con autenticidad el tesoro que son las personas de tu vida hasta que no hayas descubierto el valor de tu tesoro interior. Puedes pensar que aprecias, amas y comprendes a la gente, pero no lo harás hasta que te aprecies, te ames y te comprendas a ti mismo.

- Eso lo entiendo Mohamed, pero lo que no comprendo es lo que está sucediendo. Acepto que en tu condición puedas materializarte, desapare-cer, atravesar puertas y leerme el pensamiento; pero no entiendo como se pudo abrir el follaje en la entrada, ni cómo se puede encender una lámpara sin prenderle fuego, ni la aparición de personas cada vez que cojo una reliquia. Pensaba que tu tesoro era un tesoro de los de verdad, pero éste parece un “tesoro encantado”. No me habías contado nada de todo esto. ¿Estoy acaso soñando?

- No es un sueño. Lo que pasa es que ahora estás en mi dominio y vives las cosas como yo las creo. Estás viviendo mi historia cultural.

- ¿Cómo tú las crees o cómo tú las creas?

- Es lo mismo. Te lo voy a explicar. Lo que has visto no es un sueño sino una proyección de mí mismo. El follaje de la entrada no deja de tener algo de parecido con el cuento donde Alí Babá encontró el tesoro de los cuarenta ladrones, según las Mil y una Noches. Mi padre aprendió ese cuento escuchándolo a unos comerciantes un día que bajó a la costa, y cuando regresó a casa me lo contó. Me gustó tanto que le pedía que me lo repitiera con harta frecuencia muchas noches para irme a la cama. Luego, con los años y los siglos se ha convertido en un clásico de la literatura árabe.

- Sí, yo también lo conozco.

- La Lámpara de la Conciencia forma parte de las creencias en la que mi familia me educó acerca del transito de esta a la otra vida. Las lámparas siempre han tenido un significado mágico para nuestra cultura.

- ¿Como en Aladino y la lámpara maravillosa?
- Sí. Y lo del tesoro, bueno, las personas son el tesoro más grande que existe en la tierra, y son el más grande tesoro de Dios. Así que supongo que todos esos trucos que tú consideras “magia”, los he generado yo mismo proyectando mis deseos más profundos cada vez que he venido aquí durante los últimos 500 años. Cada vez que penetraba en la cueva recordaba el cuento que mi padre me contaba sobre Alí Babá y el tesoro. Y cada vez que tomaba la lámpara para alumbrarme en el pasadizo recordaba las creencias de mi familia. Y cada vez que he contemplado este tesoro, en su lugar he visto el rostro de mi gente más querida, de mi padre y mi madre, de mi mujer y de mis hijos ¡Los echo tanto de menos! Sí, este es mi tesoro, pero imagina como debe ser el tesoro de Dios. No tiene límites, principio ni fin.

De pronto, aquel tesoro que me había parecido el más grande y enorme que jamás haya imaginado, me pareció ridículo comparado con el que debía ser el Tesoro de Dios. Mohamed continuó hablando.

- Tu amor, el amor que tienes, te ha permitido ver a las personas detrás de cada pieza de este tesoro, pero hay otras personas cuyo apego y afán de poseer les imposibilita ver más allá de un simple cuerpo. Hay quienes sólo ven dinero cuando miran a otras personas, lo contrario que aquí. Son las personas poseídas...

De pronto escuchamos un ruido a nuestra espalda. Parecían pasos. ¡Alguien nos había seguido dentro de la gruta! Nos miramos uno al otro sorprendidos temiéndonos lo peor. Los dos corrimos a escondernos detrás de un saliente. Mohamed soltó la lámpara de la conciencia para que se apagase la luz y no revelase nuestra posición, y nos acurrucamos al acecho. Entonces una luz pesada y oscura se proyectó titilante desde la galería de entrada, apareció una persona que se parecía tanto a mí que juraría que era mi doble. ¡Me quedé atónito!



[1] Caronte: En la mitología griega era un ser que a cambio de unas monedas, se encargaba de pasar las almas de los muertos al otro lado de laguna Estigia en su transición  a la otra vida.

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